El contenido de este artículo de Carlos Fresneda,demuestra que la ¨nave¨de la Nueva Jerusalén se está empezando a anclar en la Tierra.Que cunda el ejemplo.
Numerosas ciudades han puesto fin a la cultura del carro y del cemento y han hecho del ecologismo su religión
Hay un lugar en Estados Unidos donde se cerró un McDonalds por falta de clientes. Un lugar que ha puesto en marcha su propia moneda local (las horas), con una bucólica ecoaldea camuflada en un vergel de bosques y lagos, con un fastuoso mercado de granjeros que todos los fines de semana atrae a cientos de turistas, con 30.000 vecinos volcados en cuerpo y alma en todo tipo de asociaciones y cooperativas.
Ese lugar se llama Ithaca, queda a cuatro horas de Nueva York y es la punta de lanza del cambio de mentalidad que se está gestando en el corazón del imperio. Piensa globalmente, actúa localmente. Ithaca tiene el sello de la reputadísima Universidad de Cornell, pero lo que la diferencia es una energía especial, un imán que sólo tienen ciertos lugares elegidos.
Esto explica por que aquí fueron creadas hasta 50 comunas en plena eclosión del movimiento hippie. Los jóvenes idealistas de esa época se cortaron la melena y
se hicieron prácticos. Muchos de ellos decidieron echar raíces en la ciudad y esparcir las semillas del cambio en el mundo real.
En 1990 llegó un alcalde socialista, Ben Nichols, y ahí empezó la leyenda de la ciudad más innovadora y creativa de Norteamérica. La declaración de independencia de Ithaca empieza a percibirse desde que uno camina por el paseo peatonal. Ni sombra de McDonalds, Burger King y demás bastiones del colonialismo cultural americano. Aquí solo se ven comercios autóctonos que exhiben orgullosos el cartel con la moneda local: «Se aceptan horas».
La primera vez que cayó en nuestras manos un billete de cinco horas de Ithaca, pensamos que se trataba de un juego. El juego se acabó cuando intentamos comprar algo con él y quien nos atendía nos preguntó: «¿El cambio lo quiere en dólares o en horas?». Cuesta creerlo, pero sucede todos los días a 300 escasos kilómetros de Wall Street.
Los billetes de Ithaca son mucho más atractivos y divertidos que el dólar (ilustrados con niños, flores, granjas y animales de la zona). El dinero local lo aceptan en la mayoría de las tiendas, y es la forma habitual de pago para las compras caseras, las clases particulares o las terapias alternativas. La Cámara de Comercio respalda los billetes locales, aunque el verdadero aval es el trabajo y el patrimonio de los ciudadanos y su voluntad de aceptarlos como moneda alternativa.
Es como el trueque de toda la vida, aunque de un modo más formal y con todas las de la ley. Las horas mueven, al cambio, unos 400 millones de pesetas al año que nunca saldrán de la ciudad. «Los dólares son un instrumento alienante, al servicio de fuerzas destructivas», nos explica Paul Glover, héroe local y mentor de las horas. «Con nuestro dinero estamos creando una riqueza que no nos van a arrebatar y unos lazos que refuerzan día a día nuestra comunidad».
Una hora vale lo que 10 dólares, el «salario mínimo» que han decidido regalarse los ciudadanos de Ithaca (casi el doble que el nacional). «Nuestro dinero no genera avaricia, sino solidaridad», presume Glover, cuya última gesta ha sido la creación de una cooperativa de salud que da cobertura a todos los que no pueden pagarse el seguro médico en la ciudad.
La creatividad de Ithaca es contagiosa, y las horas han encontrado ya réplica en 38 estados tan distantes como Hawai (Ka/u Hours), Massachusetts (Valley Dollars) y Carolina del Norte (Mountain Money). La ciudad ha marcado también la pauta nacional con dos programas innovadores de reciclaje de bicicletas y computadores.
Pero si algo la hace verdaderamente irresistible a los ojos de cualquier amante de la naturaleza es la Ecoaldea. La Ecoaldea queda en las lomas del sinuoso lago Cayuga, en un bosque que un puñado de vecinos arrebató a los especuladores inmobiliarios. Siguiendo el modelo de las cooperativas danesas, y procurando el menor impacto en el entorno natural, nació un proyecto de veinte casas en torno a un paseo peatonal, alimentadas con energía solar, abastecidas por su propia granja biológica.
Los niños corretean a sus anchas, se bañan en el estanque y aprenden a reconocer los cantos de infinidad de pájaros. Son 90 vecinos en total, unidos por la voluntad de vivir de otra manera, más humana y solidaria. «El individualismo a ultranza y la cultura del carro han dinamitado la sociedad americana», se lamenta Liz Walker, la alcaldesa de la Ecoaldea. «Las ciudades americanas son desiertos, y por todo los sitios crecen cinturones de asfalto y mastodontes comerciales. La gente se marcha a vivir con toda su ilusión en las afueras huyendo de la contaminación, y el sueño se convierte en una pesadilla: atascos a todas horas, aislamiento e incomunicación, y la sensación de no pertenecer a ningún sitio».
«Pues bien, no hay por qué resignarse a ese tipo de vida», sugiere Liz. «Aquí, en la Ecoaldea , estamos buscando otro modelo, entre la vida urbana y la vida rural. Todos venimos buscando un contacto más directo con la naturaleza y unos ciertos lazos de comunidad. Somos 90 vecinos, y cada cual hace su vida, pero también algo por los demás».
Bicicletas y reciclaje
Dejamos atrás Ithaca y su hervidero de innovaciones sociales, y saltamos a la otra costa, siguiendo el rastro del bosque de secuoyas gigantes que en tiempos llegaba hasta San Francisco. Allí, en la costa del Pacífico Norte, nos encontramos con Arcata, la primera ciudad americana con un Ayuntamiento Verde. La bicicleta y el reciclaje son la religión diaria de sus 16.000 vecinos, que contribuyeron con sus manos a crear el Santuario de la Vida Silvestre donde hoy anidan 50 especies de pájaros.
Desde Arcata subimos en tres horas hasta Portland, Oregón, bandera del movimineto del renacimiento urbano. Portland fue la primera gran ciudad en poner freno al infierno del cemento y el asfalto y en proteger cientos de hectáreas de espacios verdes.Trolebuses gratis, parques y amplias zonas peatonales, cientos de kilómetros de ciclovías. La trasformación prodigiosa de la destartalada y contaminada ciudad industrial en el centro vital que es ahora fue sobre todo fruto de la labor de los vecinos, agrupados en la Coalición para el Futuro Vivible.
Una metaformosis parecida ha sido la que ha experimentado en estos últimos años Chattanooga, Tennesee. En 1970 era la ciudad más contaminada de los Estados Unidos; los vecinos y las empresas locales, unidos en un proyecto que decidieron llamar Visión 2000, emprendieron la operación rescate. Chattanooga es hoy un modelo de desarrollo sostenible.
Providence, Burlington, Madison, Northampton, Iowa City, Santa Fe… Estados Unidos está cuajado de provincias rebeldes donde empieza a tomar cuerpo una realidad contra los símbolos más notables del imperio. Hay quien insiste en que no son más que brotes aislados de la contracultura de los años 60, pero lo cierto es que la onda expansiva está cuajando rápida y visiblemente en grandes ciudades como Boston o Seattle.¿Hace falta recordar lo que ocurrió allí?.
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